Estoy como todos los días en mi oficina, frente a la ventana a través de la cual puedo tener contacto con el mundo que me rodea, con esa naturaleza que me hace sentir viva, que llena mis sentidos con la sutil presencia del aliento motor del universo.
No hay nada especial en el ambiente, las hojas de los árboles no han iniciado su ritual de festivos colores naranja, rojo y ocre. El verde que observo, aún y cuando no posee ya la fuerza intensa del verano húmedo, sigue dominando el panorama.
Una leve brisa mece suavemente las ramas de los árboles como anticipo de los vientos fríos que pronto llegaran.
El cielo despejado ha dejado de prometer la lluvia que reanima.
La luz se ha tornado más tenue y pronto habrá que hacer uso del cambio de hora para que la jornada inicie con energía, a pesar de que el término de la misma se volverá más sombría.
Es tiempo de cambio, de cosecha, de abundancia interior que vaya a la par con los cestos que se llenan en los campos.
Renovar los bríos después de haber asimilado los costos de las decisiones tomadas y emerger al mañana con la madurez que la época propicia.