Kokopelli
Descubri a Kokopelli hace dos años en un paseo por tierras de Nuevo Mexico y el encuentro fue desde el primer momento un amor a primera vista. No se que fue lo que más me cautivó, si la comunicación ancestral con quienes vieron en esta figura el símbolo de la abundancia, de la fertilidad, de la música... o mi amor por ella, que llevo en mis genes, en lo más profundo de mi ser.
Esto me llevó a recordar una melodía interpretada por Andrea Boscelli, que me ha cautivado siempre , por que expresa lo que para mi es la Música. Sin ella no concibo mis días, mi espíritu reboza de plenitud cuando es conmovido por una melodía que armoniosamente vibra en mi ser al escucharla. Y el canto y el movimiento no tardan en unirse a los sonidos que invaden el recinto, mediante tranquilas y dulces expresiones, o con explosiones delirantes de gozo, manifestaciones ambas de un saludo a la vida.
La música arruya los últimos momentos del día e ilumina las luces de mi amanecer. Ha sido fiel acompañante de tristezas y alegrías, de logros y obstáculos en el camino. Con ella a mi lado me es más fácil expresar aquello por lo cual late mi corazón.
No concibo el pulsar del tiempo sin su existencia: es movimiento constante, es ritmo, es energía que penetra los sentidos en un arcoiris de sensaciones. La máxima expresión del amor a la Vida, en la cual se engloban naturaleza, familia, amigos y Dios, puede estar contenida en unas bellas notas que dejan en el alma sentimientos de calma y sosiego, que invitan a la reflexión, o bien del ímpetu y el brío de la entrega que llevan a la acción.
Y Kokopelli, el pequeño flautista, vuelve con su presencia, día a día, a recordarme lo que mi musa hace en mi corazón.
