DURAR NO ES ESTAR VIVO, CORAZÓN, VIVIR ES OTRA COSA.
Fairywindy
Octubre 5. 10:30 p.m.
Un tumulto de recuerdos se arremolinan en torno mío. No se que es verdad y que es producto de mis sueños. Me dejaron por muerto, tirado en el río y de no ser porque me aferré a la vida con todas mis fuerzas a esta hora estarían cavando mi tumba. En realidad fue una bendición que decidieran golpearme hasta pensar que había muerto, en vez de balearme, ese fue el gran error que cometieron pero que para mi significó la vida. No se cuantas horas pase escondido, perdiendo sangre por los golpes recibidos, delirando y viendo pasar ante mi escenas del pasado y sentimientos que me han perseguido como fantasmas durante estos últimos años. Mi abuelo y mi gato, lugares de un Madrid que no conozco, las mujeres en mi vida y ella, Lucero.
Las palabras de mi madre, mi dulce jefecita, llegaron a mi como si la tuviera enfrente: Durar no es estar vivo, corazón, vivir es otra cosa. Eso fue mas que suficiente para sacar las energías que necesitaba para llegar a donde pudieran darme auxilio seguro. A quien recurrir? Solo puedo confiar en Don Eduardo, espero que mi celular funcione, pues él es mi única esperanza.
Octubre 6, 3:00 a.m.
Recibí una llamada de Antonio, pidiéndome vaya en su auxilio. Sé que me estoy metiendo en un gran problema al involucrarme pero no puedo dejarlo a su suerte. Pedí ayuda a Arquímedes, a quien por cierto la noche anterior había visto a petición suya para ponerme al tanto de los planes macabros de Lucero; batallé bastante para localizarlo pues había partido con Clara, su mujer. Quedamos de vernos en el café al que solíamos acudir cuando éramos estudiantes universitarios y que permanecía abierto toda la noche. Temo que esto resulte mal, pero ya no hay marcha atrás, tengo que seguir adelante con todas las consecuencias que esto conlleve.
Octubre 6, 4:00 a.m.
Debemos de proceder con cautela, ya que el lugar pudiera estar bajo vigilancia. Aparentemente no hay nadie, y solo se escucha la brisa que agita la superficie del agua y el canto de las ranas. Nos estacionamos en el lugar que me indicó Antonio. Ahora solo resta esperar. Frente a nosotros se mueven unos arbustos y tambaleándose llega hasta el auto un hombre ensangrentado, al que inmediatamente reconocemos: es Antonio. Arquímedes lo ayuda a subir al carro y se apura para revisarlo y prestarle los auxilios necesarios.
-“Hay mucho en juego en esto, doctor”.- dice Antonio.- “tenemos que apurarnos si queremos llevar la delantera y seguir con vida. Tienen con ellos a la Srta. Eugenia, y al reportero que en mala hora metió sus narices. No les han hecho nada aún porque tienen que estar seguros de todo lo que saben, así como los nombres de aquellos que puedan estar involucrados. Se que pueden dudar de mis intenciones, y no les niego que he cometido las peores acciones que se puedan imaginar, pero los momentos vividos, y el pensar en mi madre que ya solo me tiene a mi, me ha hecho querer llevar mi vida de una forma distinta. No le puedo fallar a ella.
Por otro lado no puedo dejar que esa serpiente con cuerpo de mujer, logre sus propósitos. Ya ha hecho bastante daño y es hora de que alguien la detenga.”
Tratando de no perder tiempo, en lo que Arquímedes ayuda a Antonio, tomo rumbo a la vieja estación de Buena Vista que de acuerdo a mi viejo compañero de juegos de la infancia, es en donde acostumbran los guaruras del Pollo Araiza llevar a sus víctimas potenciales para sacarles información y liquidarlos.
Octubre 6, 4.45 a.m.
El plan es arriesgado, pero parece que es la única forma de tener éxito. Nos detenemos a una distancia prudente y Arquímedes cautelosamente se baja a investigar haciendo gala de sus recientemente puestas en práctica habilidades detectivescas. Pasan unos minutos, que parecen una eternidad, y regresa con la noticia de que en apariencia solo están cuatro personas en la bodega. Si dos de ellas son Eugenia y el reportero, de acuerdo a lo dicho por Antonio, tendremos que enfrentarnos a dos potenciales asesinos que sabemos están armados.
Los minutos siguientes se nos van de las manos tratando de pensar cual será la mejor forma de llamar su atención, de distraerlos mientras buscamos como entrar a la bodega. Tan absortos estamos en el análisis de la situación, que somos sorprendidos por un fuerte ruido que proviene de las entrañas de la tierra: parece que estamos viviendo un fuerte sismo, tal y como aquel en el que tantas vidas se perdieron. Vienen a mi mente recuerdos de mi infancia cuando acompañaba a mi señor padre a la capital en sus viajes de negocios y el terror que se apoderaba de mí cuando llegaba a tocarnos un movimiento telúrico hace que no reaccione a las voces de alerta que me gritan Antonio y Arquímedes quienes se bajaron del auto alejándose del viejo edificio, hasta que es demasiado tarde: una de las paredes de la estación empieza a crujir, el derrumbe es inminente.
Octubre 6, 5.15 a.m.
Tengo que conservar la calma…. El polvo es mucho y no me deja ver con claridad. Antonio está mal herido y requiere atención hospitalaria de urgencia. En donde está Eduardo? No lo alcanzo a distinguir. Se oyen gritos y lamentos a lo lejos pidiendo auxilio. De repente las calles que estaban vacías, se empiezan a llenar de gente que grita, reza, llora y dá gracias a Dios por estar vivos. Este es el momento oportuno, ya que con la ayuda de aquellos que de inmediato se ofrecen, dejo a su cargo a Antonio y me voy con otros más a buscar a Eduardo quien no creo haya alcanzado a salir del auto a tiempo.
Restos de la construcción se encuentran esparcidos por todos lados y hacen difícil la búsqueda. Poco a poco logro ubicarme y con la ayuda de los vecinos del lugar, empezamos a retirar los escombros, esperando no sea demasiado tarde. Afortunadamente la mayor parte del derrumbe cayó fuera del alcance del automóvil, lo cual nos permitió avanzar y descubrir a un Eduardo lleno de polvo, asustado bajo el asiento delantero que le sirvió de protección. Entre todos lo sacamos para que yo lo pueda revisar y checar que no tenga una lesión seria. Lo dejamos junto a Antonio y habiéndoles comentado a los samaritanos que se habían unido a la labor de rescate que dentro de la estación era probable que hubiera otras personas, nos dirigimos hacia allá con la esperanza de encontrar a Eugenia y a José Luis con vida.
Octubre 6, 6:00 a.m.
La oscuridad está en torno mío. No se si estoy muerta… esto será lo que se experimenta al perder la vida? No puedo moverme, aún tengo atadas mis manos y mis piernas, sobre de mi siento un peso que no me deja respirar: vigas y escombros me atrapan. Dios mío, en tu infinita misericordia acuérdate de mi, no dejes que mis días terminen aquí…. Y José Luis? En donde está… no le escucho… tengo miedo de gritar y que sean mis captores quienes logren descubrirme solo para terminar conmigo de una vez por todas. José Luis, por qué no fuiste capaz de decir lo que albergabas en tu corazón por mi? Fuiste tan cobarde para hablar como yo lo fui con Agustin, y mira que logramos… nada… estar solos, perdidos en este lugar que tal vez sea nuestra tumba. No debo perder la esperanza, debo resistir…. No importa que sea lo que pase, gritaré con todas mis fuerzas y si Dios quiere, alguien me escuchará.
Octubre 6, 6:30 a.m.
“Doctor, doctor”, me dicen unos jóvenes que se sumaron a la brigada de rescate, “escuchamos unos gritos débiles pidiendo auxilio que salen por aquellas vigas. Apúrele, a lo mejor encontramos a alguien con vida”
Entre todos nos dirigimos al lugar y efectivamente, una débil voz sale entre los escombros pidiendo ayuda. Como podemos, formamos una fila para retirar escombros en baldes, en lonas, con lo que tenemos a la mano, y vamos retirando poco a poco los materiales que ahí se acumularon. De repente, una mano aparece entre los escombros y con gritos de júbilo los jóvenes se aprestan a sacar a la víctima. Golpeada y llena de tierra, emerge lentamente a la luz una mujer, cuyo rostro ensangrentado es inconfundible: Eugenia.
El grupo de rescate sigue trabajando en búsqueda de José Luis mientras yo me llevo a Eugenia junto a Eduardo y Antonio. La ambulancia está preparada para llevárselos al hospital. Yo iré con ellos, no queremos separarnos pues sabemos que solo así podremos estar seguros.
Antonio, que es el más lastimado, antes de perder el conocimiento toma mi mano y me dice: “Doctor, hoy completamente libre del efecto de las pastillas, recuerdo todo con claridad. En El Torreón le aguarda una sorpresa. Vaya por ella. Ella cambiará la historia”
Desconcertado por estas palabras, escucho por la radio que el terremoto ha sido devastador, cientos de casas y edificios se han venido abajo, dejando enterrados bajo los escombros a quienes no tuvieron la suerte de escapar con vida.
Toca el turno a
Julio Cesar quien escribirá el capítulo final. Su frase de enlace es
"no tuvieron la suerte de escapar con vida”.
Nota: Esta novela se ha gestado con el esfuerzo de sus participantes. Se conocen sus capítulos pasados, pero no los que están por venir. Diversas mentes de diferentes lugares tienen el encargo de producirlos. Al término de la experiencia la novela completa será publicada en
Cuantos cuentos cuentan, . Los links a los demás capítulos son:
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